miércoles, 30 de julio de 2008

POETA HOMENAJEADO


Paúl González Palencia

Coro (1944). Ha publicado: Alegatos al fuego (1981), En el olor confuso de los climas (1983), Hábitos (1986), Casa plena (1989), Testamentarios (1993) y Ácido pan del desierto (1999). Ha escrito para Papel Literario de El Nacional y para revistas literarias nacionales y extranjeras, como Imagen, Actual, Carmín de Buenos Aires, y otras. Ha viajado por varios países de Norte y Sur América y por Europa.


La geografía del desierto encuentra en este poeta la expresión cabal de una fabla encantatoria, comparable sólo a la vastedad muda del cielo sobre la raíz espinal del cactus. En su poética cohabitan el olor confuso de los climas, los hábitos del morador de la sed, su bestiario, su piel de saurio y su sigilo, escritura que urde y urge febril su propia contienda, sus vencimientos y derrotas. El poeta conoce bien los meandros de su expresión, las conjeturas y unturas de su verbo. Al principio despliega su carpa y es el circo de su propio acto, su alegato. Luego convoca al trasiego de hábitos y emblemas de la soledumbre, se hace testamentario de la muerte, concurriendo a los embates del amor, hablando desde la casa plena de su ser. El poeta tiende el puente de su recorrido escritural, transeúnte de alcoholes y guitarras que le trajeron de la noche a este amanecer sin recato que esplende su página, y equipaje, poesía siempre, bien sea en París esperando a una oriental de sexo ínfimo, o en Coro, atendiendo la fugacidad de su viejo soplo, o en Ciudad de México, escrutando los huesos de Malcolm Lowry.
Durante la VI Bienal Internacional de Literatura EDC, Monte Ávila Editores Latinoamericana C.A, pondrá en circulación su Antología poética.



Memoriales

Para la sed de estos confines

Dios sopló cada punta

de la estrella espinal del cactus.

Hubo dudas, hasta que la noche

de caza y carburo

llenó a los hombres

de dolor y materia

y la piel se les volvió roja

como un punto volcánico.

Quiso el cactus alterar

los planes del hombre

y se petrificó apuntando hacia

los cuerpos celestes de Dios.

Opuesto Dios a toda desazón,

en el patio de troquelar

el alma de los ángeles,

logró que el hombre sucumbiera

por primera vez frente a los memoriales.

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